Incluso los mejores analistas están tan desbordados por el tsunami de desvaríos que apenas logran asomar la cabeza antes de ser arrollados por la siguiente ola.
Los historiadores del futuro se van a dar un fiestón cuando analicen la pandemia de estupidez que anega el mundo en este triste 2025. De hecho, es improbable que consigan entenderla, pues ni siquiera nosotros, que la estamos padeciendo en carne mortal, somos capaces de digerirla, de racionalizarla, de domesticarla. Comprender un fenómeno es la condición necesaria para poder gestionarlo, pero incluso los mejores analistas, esos a los que tú y yo leemos, vemos y oímos, están tan desbordados por el tsunami de desvaríos que apenas logran asomar la cabeza para tomar una bocanada de aire antes de ser arrollados por la siguiente ola gigante.
Estados Unidos, Argentina y buena parte de Europa han caído en un abismo tenebroso en que la verdad ha dejado de importar. Los científicos estamos acostumbrados a esos ataques del lado oscuro de la fuerza, aunque sabemos que la verdad siempre se abre camino. A veces tarda cuatro siglos, que fue lo que le llevó al Vaticano perdonar a Galileo por el horrendo pecado de haber dicho la verdad sobre el cosmos y la posición de la Tierra en él.
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