Vivimos en un mundo que parece premiar la dureza y despreciar la ternura. La rapidez, la competencia y el estrés han ido arrinconando una de las cualidades más esenciales para la vida en común: la dulzura.
No se trata de una actitud blanda o ingenua; al contrario, como demuestra el psiquiatra David Dorenbaum, la dulzura es una forma de resistencia, un poder transformador que atraviesa los grandes momentos de la existencia: el nacimiento, el amor, la muerte.
La dulzura está integrada en nuestro cerebro, en zonas como la corteza cingulada y las neuronas espejo, pero necesita ser elegida conscientemente. Dorenbaum menciona el libro de la psicoanalista, filósofa, ensayista Anne Dufourmantelle, Puissance de la douceur, cuando la dulzura este gesto —acoger, cuidar, acercarse sin invadir— sostiene la metamorfosis de la vida. No es una simple disposición afectiva: es un acto de fuerza silenciosa, una estrategia evolutiva que garantiza la supervivencia del vínculo y del ser
Y sin embargo, como advertía Dufourmantelle, la dulzura también puede pervertirse. En su forma falsa, se transforma en herramienta de manipulación, camuflando intereses o sometiendo voluntades. Aun así, la dulzura auténtica —la que no busca dominar sino acompañar— sigue resistiendo, como un hilo secreto que conecta a los seres humanos en su vulnerabilidad y su deseo de ser reconocidos.
Desde la primera caricia que un recién nacido necesita para sobrevivir, hasta la ternura que puede envolver el trance final de la muerte, la dulzura aparece en los umbrales que marcan la existencia. Dorenbaum recuerda la última sesión con uno de sus pacientes, donde la gentileza de la médica que practicó la muerte asistida otorgó una buena despedida. Una buena vida también necesita esos gestos mínimos que parecen insignificantes, pero que sostienen el alma.
La neurociencia confirma que la dulzura no sólo consuela: transforma. Los estudios de la profesora Grit Hein muestran que cuando alguien, de quien esperamos hostilidad, actúa con amabilidad, nuestro cerebro se reprograma hacia la confianza. Un acto dulce, inesperado, puede cambiar el rumbo de una relación, una jornada o una vida entera.
La propia muerte de Dufourmantelle, ahogada mientras intentaba salvar a dos niños, condensa esa verdad radical: la dulzura no es debilidad, sino coraje.
Redacción
En Positivo
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