viernes, 24 de octubre de 2025

La Altivez se Viste de Silencio: Una Alerta sobre la Falsa Humildad

Por Cesáreo Silvestre Peguero
La humildad no se aprende en los libros ni se declama con palabras: se cultiva en el alma, allí donde el orgullo no tiene asiento.
​La humildad no es una descripción, ni una máscara que el rostro adopta para parecer virtuoso. Es un proceder, una actitud del espíritu que no se mide por la voz tenue ni por la mirada baja, sino por la disposición sincera del corazón ante la verdad.
​Hay quienes, al mostrarse serenos, aparentan mansedumbre; pero su calma es apenas un disfraz del orgullo que calla para no ser descubierto. La altivez también sabe vestirse de silencio y de compostura, y hasta puede simular prudencia cuando, en realidad, es vanagloria disimulada.
​La verdadera humildad no se anuncia, ni se describe, ni se promueve con discursos. Habita en quienes aceptan la corrección sin resistencia, en quienes saben aprender sin sentirse rebajados. Quien se proclama humilde, pierde en el instante esa virtud, porque la humildad no se exhibe: se ejerce.
​Son los demás no nosotros quienes la reconocen. Por eso, que sean nuestras obras las que hablen en nuestro lugar, y nuestras palabras, el eco de un corazón que sirve sin esperar aplauso.
​La humildad no exige renunciar a la firmeza, ni a los derechos, ni a la dignidad. Ser humilde no es ser débil. No es callar por miedo ni ceder por conveniencia. Es mantener la templanza cuando el orgullo reclama protagonismo.
​Y no confundamos la sencillez con la simpleza. La sencillez nace de la profundidad humana; la simpleza, de la falta de entendimiento.
​Actuemos, pues, con firmeza sin dejar de ser humildes. Porque como enseña la Escritura “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago capítulo 4, verso 6).

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